El nuevo director de una antigua revista. Entrevista a Antonio Spadaro, por José María Poirier in Criterio Nº 2382 » JUNIO 2012
Este jesuita, crítico literario y miembro de los Consejos Pontificios para la Cultura y para las Comunicaciones Sociales, es el nuevo director de la prestigiosa revista romana La Civiltá Cattolica.
Lo conocí casualmente hace años en Nueva York, donde nos encontrábamos por diferentes motivos. No obstante su juventud, era ya un notable crítico literario, especialmente interesado por las nuevas generaciones de poetas y narradores de su país; y sobre el cruce entre la literatura y las nuevas tecnologías, los lenguajes y las formas de comunicación. Nos vimos otras veces en Roma, en la sede de La Civiltá Cattolica.
Al tomar en octubre pasado el timón de la antigua y prestigiosa revista romana de los jesuitas, Antonio Spadaro (Messina, 1966) escribía: “Asumir la dirección de una revista que tiene más de 160 años de historia significa confrontarse con un muy arduo desafío. En efecto, La Civiltá Cattolica, nacida en 1850, ha vivido décadas en las que cambió el significado mismo de la comunicación, además de sus modalidades. En nuestro tiempo, profundamente signado por las redes sociales y los nuevos medios digitales, comunicar significa cada menos ‘transmitir’ noticias y cada vez más ser testigos y ‘compartir’ visiones e ideas con otros. Como una de las primeras consecuencias aparece la necesidad de que la página deje ver con claridad un mensaje. Hacer cultura hoy significa asumir las propias responsabilidades y la propia tarea en el conocimiento”. Todo un programa. Spadaro toma la posta del economista milanés Gianpaolo Salvini, su predecesor durante 26 años, hombre afable y culto que sigue colaborando con la publicación desde el reconocido “colegio de escritores”, su consejo de redacción.
¿Y qué es lo que la revista se propone ofrecer a sus lectores? “Compartir una experiencia intelectual iluminada por la fe cristiana y profundamente injertada en la vida cultural, social, económica y política de nuestros días”, explica Spadaro. Es más, aclara que más allá de los inevitables cambios a través de su historia, “está en su código genético servir de puente, interpretando el mundo para la Iglesia y la Iglesia para el mundo, contribuyendo a un diálogo abierto, pleno, cordial, respetuoso”.
Recientemente tuve ocasión de participar con él en un encuentro de directores de revistas culturales en Santiago de Chile. Allí, entre una ponencia y otra, entre un intercambio y otro, le fui planteando las preguntas de esta entrevista.
Consciente de que sus lectores católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, esperan una visión amplia y, al mismo tiempo, en sintonía con el magisterio de la Iglesia, afirma: “Nuestra revista no quiere expresar quejas sobre el presente o nostalgias del pasado… sino dar claves de lectura para el presente con la mirada puesta en el futuro”. Antonio Spadaro es autor de numerosos libros y artículos sobre crítica literaria y sobre comunicación y nuevas tecnologías.
– ¿Cómo se sitúa usted, tan interesado en las nuevas tecnologías de la comunicación, frente a una empresa que lleva más de un siglo y medio?
– Es importante saber leer la comunicación hoy, en un mundo cada vez más global y más cercano. Es necesario entender cómo la comunicación está cambiando nuestro mundo contemporáneo. Siempre hubo tecnología, porque lo es también la imprenta, los anteojos y los teléfonos, pero cada vez más se la percibe como una extensión del hombre para conocer y entender el mundo. Por eso hay que estar abiertos a las nuevas formas de comunicación como Internet, los blogs, Facebook, twitter… Además, la tecnología es profundamente humana, expresa la libertad y la espiritualidad del hombre. En la tecnología está el deseo de superar los límites. Gracias a Facebook encuentro amigos que jamás hubiera conocido antes. En la tecnología no hay sólo voluntad de poder, sino también el deseo positivo de conocer el mundo y de entrar en relación con otras personas. La tecnología es humanismo. La revolución digital es una exigencia antigua. Los instrumentos son nuevos pero los deseos de fondo son los de siempre.
– ¿Cómo vivir en su tarea ese conflicto entre tradición e innovación?
– No veo mayor conflicto. La revista surgió escrita en italiano, cuando las publicaciones eclesiásticas lo hacían en latín. Tuvo una difusión nacional cuando no existía Italia como nación. Comenzó ya siendo polémica y actual antes que curial. En todo caso, deberemos saber encontrar en esas raíces cómo comunicarnos hoy, en un mundo complejo y articulado.
– ¿Hay coherencia a lo largo de los años?
– Coherencia no es rigidez. Coherencia significa tener la inteligencia para entender lo que sucede. No se trata de principios rígidos, sino de fidelidad al misterio de la Encarnación y saber evolucionar tal como evoluciona el cuerpo. La fidelidad es para con la Iglesia y la inspiración cristiana. Los valores se declinan en concreto. En cada tiempo hay que entablar el diálogo con los contemporáneos.
– Pero esa fidelidad y sintonía de la que habla, en una publicación tan cuidadosamente leída en las esferas más altas del Vaticano, ¿no limitan la libertad de expresión?
– Fidelidad y libertad no son contradictorias. Siempre se dará la tensión inevitable entre lo que cada uno piensa y el pensamiento de la Iglesia. Nosotros queremos ser una garantía para nuestros lectores: no hay contradicción entre lo que expresamos y los principios de la Iglesia. Hay, sí, una visión orgánica, un enriquecedor encuentro dialéctico.
– ¿No cree que el ámbito tradicional de las publicaciones culturales es un poco elitista?
– Creo en el esfuerzo por tratar los diferentes temas con lenguaje llano, comprensible, no sólo para especialistas. Por otra parte, es determinante la importancia de la cultura popular o de masas. Es decir, uno debe abrirse al mundo de las manifestaciones musicales, plásticas, literarias, porque hoy las tensiones culturales arriesgan no encontrar su lugar propio en las elites. La música rock ya tiene una valencia clásica, es un lugar de encuentro y expresión cultural. Cada vez más las muestras de pintura convocan públicos masivos. Hay numerosas revistas divulgativas. La gente quiere comunicarse. De allí la multiplicación de los blogs, el uso intensivo de los nuevos medios de comunicación. Creo que un gran desafío es saber cómo estar presentes en las manifestaciones culturales de masas y cómo interpretarlas. Nosotros no queremos decir lo que hay que hacer, sino más humildemente poner la atención en nuevos temas, sin pretender la última palabra.
– ¿La función de una publicación cultural es, entonces, ayudar a interpretar?
– Hay que intentar evaluar el impacto antropológico de los fenómenos culturales, políticos y sociales. Considerar qué vale más y qué menos. Ayudar a discernir. Aprender a vivir bien. Distinguir lo que realmente importa.
– ¿Quiénes son los lectores de La Civiltá Cattolica?
– Principalmente sacerdotes y religiosos que quieren estar al día y reflexionar. Nuestra base más importante, después, está compuesta por profesionales, hombres y mujeres de la política, docentes universitarios, católicos o no pero igualmente interesados en una lectura católica del mundo. Además, la revista llega a muchas instituciones: escuelas, bibliotecas, universidades. La edad media de nuestros lectores va de los 45 a los 65 años. Deberemos saber ganar otros más jóvenes. Pero lo que está cambiando es el concepto mismo de revista. Creo que no cuenta tanto el soporte sino el mensaje que se quiere comunicar. Hay muchas formas, desde el papel hasta Internet. Cada vez más cuenta el mensaje y menos la forma.
– La revista, a lo largo de los años, fue modificando posiciones en diferentes campos…
– Nació con un valor apologético frente al pensamiento de masones y liberales, pero su belleza es que no sigue siendo la misma. En efecto, cambió muchas veces. Estuvo en contra de la unidad de Italia y más tarde muy a favor. Lo mismo sucedió en otros campos del quehacer humano y eclesial.
– ¿Cómo percibe hoy la relación entre la Iglesia y la cultura contemporánea?
– Que la cultura occidental se inspire en el cristianismo es innegable, pero lo que hoy no se da es una cultura compacta que pueda llamarse católica. La revista está llamada a expresar el deseo de la Iglesia por participar, a través del diálogo, en la construcción de la sociedad civil.
– Pero, ¿la revista expresa el pensamiento de la Iglesia?
– Es una revista autorizada, en sintonía con la Secretaría de Estado de la Santa Sede. No expresa oficialmente el pensamiento de la jerarquía, pero mantiene una peculiar relación de armonía. Siendo jesuitas sus escritores, la publicación es expresión de personas que, más allá de las posiciones en diferentes disciplinas, reflejan, al menos como tendencia, la espiritualidad ignaciana. Diría que es una visión que contempla a Dios en acción en el mundo, siempre presente, aún en los momentos más oscuros. En efecto, san Ignacio decía que Dios trabaja y opera en el mundo; y que mueve y atrae el alma del hombre.
– En otro orden, ¿por qué su marcado interés por la literatura y la crítica literaria contemporánea?
– Si bien yo provenía de estudios teoréticos como la filosofía y la teología, me formé para dedicarme a la docencia en Letras, en el ámbito de un bachillerato. Leyendo diversos autores con los jóvenes fui descubriendo la potencia de la literatura. Hay allí un pensamiento pulsante de vida. Así nació una verdadera pasión que, dada mi orientación filosófica, está signada por el pensamiento. La literatura, en rigor, es una experiencia de vida. Como Proust, sabemos que en la vida no podremos hacer demasiadas experiencias. Yo personalmente no iré a la luna, no conozco el mundo de la droga, nunca viajé en un submarino… pero a través de algunas novelas puedo conocer mejor las vicisitudes y el corazón de otros hombres. La pasión por la palabra escrita para mí se da en la narración y, con una extrema densidad, en la poesía. Y me gusta sobre todo la poesía que permite ver las cosas, que sabe pintar. Leyendo descubrí que prefiero a los escritores que me ayudan a descubrir la realidad antes que aquellos que privilegian la dinámica de la conciencia, como Marcel Proust, Italo Svevo o Robert Musil. Prefiero, por ejemplo, a los narradores contemporáneos norteamericanos como Flannery O’Connor, Walt Whitman, Jack London, Raymond Carver, donde la realidad misma se impone, explota y triunfa ante los ojos del lector. Poco importa si la trama suscita angustia o maravilla, lo que me gusta es la mirada fresca de ciertos autores que parecen ver la realidad por primera vez.